Características de la seducción y de la argumentación



Prof. Lic.  Gustavo Rosa

El texto seductor es un tipo de texto periodístico que no tiene como objetivo esencial informar y tampoco opinar de manera explícita. Se los puede encontrar en las ediciones dominicales de los diarios o en algunas revistas. Pero antes de abordar las características estructurales de estos textos, sería mejor aclarar qué significa ‘seducción’.  

La seducción: un canto de sirenas
Muchas veces se escucha hablar del término "seducción" sin saber realmente el sentido que abraza. Por lo general, se lo relaciona directamente con el deseo sexual y se queda allí su significado. Según Hermán Parret, seducir es conducir el alma, y agrega el alma se deja fascinar  -idea tomada de Platón- y jamás escucha razones.
Seducción tiene un origen latino en prolecto, que significa atraer; otro posible origen es sollicito, que siginifica provocar, excitar. En el libro oriental Las mil y una noches, aparece un claro ejemplo de seducción: Scheherazada. Ella se casa con el sultán, aquél que acostumbraba degollar a sus esposas después de la noche de bodas, no para convencerlo de que sus acciones no son bien vistas, sino para seducirlo con sus relatos. En La odisea, las sirenas cantan para que los navegantes se desvíen de su camino, se estrellen contra las rocas y se conviertan en alimento.
Con estos ejemplos se puede ver  que la seducción sugiere la idea de la desviación de determinado camino. Otra raíz de la palabra seducción la encontramos en seduco, que remite a apartar, llevar aparte. En la era cristiana aparece seductio como seducción, que significa llevar consigo.
Lo que está implícito  en las líneas anteriores es la idea del desvío. Pero, ¿desviar de qué?¿de dónde?¿hacia dónde? La acción de apartar evoca la comunicación furtiva de un secreto. El secreto es la principal cualidad seductora, lo no dicho. La seducción corre bajo la obscenidad de la palabra. La seducción actúa a condición de no ser nunca dicha.
Scheherazada desvía al sultán de la ejecución de las doncellas. Ese  acto era, para él, su verdad. Ella aparta al sultán de esa verdad. No intenta convencerlo de lo sanguinario de sus costumbres, ni de la crueldad que conllevan. Simplemente, lo desvía de su camino.
Una primera idea interesante de la seducción es que no pertenece al orden de la naturaleza, sino que es un artificio. Es decir, que no se puede ser seductor naturalmente, sino que hay una intencionalidad, una producción del acto seductor. Es más, una de sus herramientas es pronunciarse en contra de la propia naturaleza. Jean Baudrillard afirma que “la seducción vela siempre por destruir el orden de Dios, aún cuando éste fuese el de la producción y el deseo. Para todas las ortodoxias sigue siendo el maleficio y el artificio, una magia negra de desviación de todas las verdades, una conjuración de signos, una exaltación de los signos en su uso maléfico. Todos discurso está amenazado por esta repentina reversibilidad o absorción en sus propios signos, sin rastro de sentido”.  Esto quiere decir que la seducción es ruptura con alguna estructura ya aceptada. Es, en cierta forma, revolucionaria. Porque la seducción representa el dominio del universo simbólico mientras que el poder representa sólo el dominio del universo real.  Y el con ese poder, con ese universo real  con el que rompe toda acción seductora.
En la sociedad occidental, el poder se relaciona con lo masculino. La seducción, como opuesta al poder, es femenina. Cualquier fuerza masculina es fuerza de producir. Todo lo que  se produce, aunque fuese la mujer produciéndose como mujer, cae en el registro de la fuerza masculina -como una forma de emular esa fuerza-. La única e irresistible fuerza de la feminidad es aquélla, inversa, de la seducción. No es propiamente nada, no tiene propiamente nada más que la fuerza de anular la de la producción. Pero la anula siempre.
El motor que hace necesaria la fuerza masculina en la sociedad son los celos del varón del poder de fecundación de la mujer. Este privilegio de la mujer es inexplicable, hacía falta inventar a toda costa un orden diferente, social, político, económico masculino, donde este privilegio natural pudiera ser rebajado. Lo femenino no es solamente seducción, es también desafío a lo masculino por ser el sexo, por asumir el monopolio del sexo y del placer, desafío para llevar a cabo la hegemonía y ejercerla hasta la muerte.
La seducción tiene una fuerza inmanente  que le sustrae a todo su verdad y penetra en un juego, como el que se produce en los relatos y canciones. Jean Baudrillard dice que "la seducción es lo que sustrae al discurso su sentido y lo aparta de su verdad". Pero tampoco reivindica su verdad, simplemente seduce.
En la seducción está presente también el juego de las apariencias. Representa el dominio del universo simbólico, en oposición al universo de lo real. La seducción intriga, esboza, esquiva, simula, provoca; la ilusión que evoca el objeto seductor es hacer pasar la nada por el todo, como en el caso de Scheherazada.
También provoca la ilusión de que algo se está diciendo, pero, sin embargo, nada se dice. O lo que se dice, está sabiamente oculto, permanece como un secreto. En lo oculto hay, aparentemente, un juego de aturdimiento, un aluvión superficial que distrae, aparta. El secreto se esconde al conocimiento directo.
La seducción es un principio de incertidumbre: la seducción "seduce" porque nunca está donde se piensa que está. Lo seductor es un universo simbólico, una ilusión, es algo que permanece oculto. De lo oculto sale lo más asombroso, que es lo no real. Según afirma Baudrillard,  "seducir es morir como realidad y producirse como ilusión". La estrategia de la seducción es la ilusión, aunque decimos estrategia no en un sentido estricto, pues el goce, provocado por la seducción, no tiene estrategia, pues no es más  que una energía en busca de su fin. Ese fin puede aparecer como un desafío, pues ¿qué hay más seductor que un desafío? Scheherazada desafía la muerte al arriesgarse al casamiento con el sultán.
Baudrillard afirma que "la seducción no es la forma de una respuesta, sino la de un desafío". La relación que establece el desafío pasa por signos insensatos que enloquecen al otro, lo aturden, como en el caso de las sirenas.
La seducción, al no detenerse nunca en la verdad de los signos, sino en el simulacro y el secreto, inaugura una especie de iniciación -en el sentido ritual- inmediata que sólo obedece a sus propias reglas de juego. Ser seducido es ser desviado de la verdad. Seducir es apartar al otro de su verdad.
El seductor es aquel que sabe dejar flotar los signos, sabiendo que sólo su suspenso es favorable. Ese suspenso se basa en no agotar los signos en el acto, sino esperar el momento en que se responderán todos entre sí. Al agotar la significación de los signos, se llega a la obscenidad de la palabra, a lo obvio y previsible del discurso.
Como ya se ha dicho, la seducción desvía del camino, oculta la verdad; es, por excelencia, el espacio de lo no dicho. Sin embargo, la seducción no lleva en sí la mentira, no provoca la decepción de la mentira. La mentira es la acción de alterar deliberadamente la verdad. Es un acto realizado con la intención de engañar. Es una afirmación contraria a la verdad. Se puede decir que mentimos si creemos una cosa y decimos otra, a conciencia.
Existen tres condiciones para la producción de una mentira: tiene que haber una creencia; una afirmación que contradiga esa creencia y debe haber una intención de comunicación, sin la intención de decepción (la decepción aparece cuando el otro descubre que he mentido).
La seducción, como veremos, no tiene nada que ver con la mentira. En primer lugar, no funciona a partir de un estado de creencia. No hay, por lo tanto, una afirmación que contradiga la creencia, pues no hay creencia. Y en tercer lugar, sí hay decepción, pues el discurso seductor no dice todo; hay comunicación esencialmente truncada. El discurso seductor siempre deja en el otro el deseo de querer que haya más. 

Obscenidad y seducción
Es muy importante diferenciar la seducción con aquellos textos de contenido explícito. Lo pornográfico, ligado no solamente a las escenas de sexo, no es seductor, es obsceno. Lo obsceno satura por su obviedad, por la reiteración, por la saturación de los contenidos. La obscenidad quema y consume su objeto.
Las tendencias hiper-realistas en cine y en TV se aproximan a esta idea de lo pornográfico. Mostrar se ha convertido no sólo en el objetivo de las imágenes, sino también en estrategia y herramienta esencial. El hiper-realismo es una visión que acosa a la seducción a fuerza de visibilidad. Las imágenes hiper-realistas tienden a provocar una saturación, un rechazo. Es por eso que puede pensarse que el hiper-realismo es represor del deseo. Nuestra cultura se va transformando en porno porque es cultura de mostrador, de la demostración, de la monstruosidad productiva. En otras palabras, es una cultura en la que se pierden las sutilezas, por lo que el público recibe y consume mensajes altamente pre-digeridos.
La seducción de lo prohibido
Un niñito le pide al hada que le conceda lo que desea. El hada acepta con una sola condición, la de no pensar nunca en el color rojo de la cola del zorro. “¡Si no es más que eso!”, responde con desenvoltura. Y ahí va en camino para ser feliz. Pero, ¿qué ocurre? N consigue deshacerse de esta cola de zorro, que creía haber olvidado ya. La ve asomar por todos lados, en sus pensamientos y en sus sueños, con su color rojo. Imposible apartarla, a pesar de todos sus esfuerzos. Y hele aquí, obsesionado, en todo momento por esta imagen absurda e insignificante, pero tenaz y reforzada por la desilusión que tiene a no poder quitársela de encima. No sólo las promesas del hada se le escapan, sino que pierde el gusto de vivir. Quizá está de alguna manera muerto, sin haberse podido deshacer nunca de la cola del zorro.
El color rojo de la cola del zorro es de un orden irreal y sin consistencia, se impone porque no es nada. Pero no es la prohibición lo que le perturba, sino el sinsentido de la prohibición lo que le seduce.
La seducción y la manipulación
Hay una semejanza entre manipulación y seducción, un punto en el que, aparentemente, se tocan. La manipulación también provoca un desvío, al igual que la seducción. El manipulador desvía al otro de su camino, pero para conducirlo por otro camino. Es una acción que obliga al otro a cambiar por otra acción.
La seducción no pertenece a la competencia intencional de acción; no concierne la intencionalidad de acción en el destinatario, simplemente su único objetivo es apartarlo de un camino. En la manipulación la intencionalidad es necesariamente encubierta. La manipulación es una intención del manipulador que reposa sobre su competencia cognitiva y pragmática, y que lleva a su intervención. La intención se traduce entonces en un hacer persuasivo, implicando una actuación -acción- de parte del manipulado.

¿Cómo es un texto seductor?
Hasta ahora, hemos visto lo que es la seducción, pero no cómo serían esos conceptos trasladados a un texto. En primer lugar, se puede decir que los textos seductores no ocupan un lugar central dentro de los textos de opinión. Por lo general, se publican en ediciones dominicales o en revistas mensuales. No son leídos por todo el público pues, para la mayoría, en ese espacio se dicen tonterías. Prefieren leer las columnas de opinión “serias” que expresan más claramente lo que el autor piensa.
Es que los textos seductores tienen, a veces, una gran sutileza para presentar las opiniones del autor. En ellos se habla, con la mayor simpatía posible, de cosas verdaderamente serias. No siempre se habla de lo coyuntural o lo coyuntural es el punto de partida para hacer un análisis de algo más profundo. Los autores de estos textos intentan con humor hacer pensar al lector en cosas diferentes de las que se piensan todos los días.
A veces se detienen en aspectos de la cotidianeidad y sacan conclusiones deslumbrantes. El objetivo es hacer sonreir al lector, pero también dejarlo pensando. Pero esas ideas para pensar están ocultas en una parafernalia de imágenes jocosas, metáforas incongruentes o ironías despiadadas que desconciertan al lector. Aturden, como las sirenas. Apartan, como Sherezada.
En el texto seductor, todo vale. Es un carnaval, con la irreverencia que eso conlleva. Es importante pensar en el carnaval. Cuando en la edad media se impone la cuaresma con la abstinencia absoluta de los placeres (carnales, sobre todo) surge el carnaval como preparación a ese período. En los días previos al recogimiento propuesto por la iglesia, se producía el desenfreno. Por eso se la consideraba una fiesta pagana.
En ese desenfreno aparecía el disfraz como travestismo tanto de sexo como de función social. El disfraz de rey, de soldado, de noble permitía a la plebe parodiar a quienes estaban por encima en la escala social. Para los nobles, resultaba encantador disfrazarse de “pobre”, vestir los fingidos harapos al menos por unas horas para sentirse “inferior”.
¿Cómo se traslada esta idea del carnaval al texto seductor? A través de la parodia, de la ironía, del “travestismo” de la palabra.
Los textos seductores son reconocibles por su estructura que en nada se parece a la de los demás textos periodísticos. Se encuentra en un camino intermedio entre la literatura y el periodismo. Es por eso que toma herramientas de ambos tipos de discursos, pero más de la literatura.

Hay que poner los recursos bien explicados, cercanos a lo literario

La argumentación
Para poder abordar el término argumentación, es necesario indagar en sus orígenes y en ellos encontramos que está íntimamente relacionada con la persuasión. Persuasión tiene dos orígenes latinos: primero, suadeo, que significa aconsejar; en segundo lugar, persuadeo, que da la idea de impulsar al otro a tomar una resolución, convencer.
Entre estos dos orígenes, podemos arribar a una idea aproximada de lo que la persuasión abraza. De ahí su cercanía al término argumentación. Con la argumentación hay un intento de conducir al otro hacia una verdad, hacia lo probable. Recordemos que la seducción aparta de toda verdad.
La argumentación no puede dejar de argumentar, es decir, de hablar. No hay silencios en la argumentación, pues el silencio, al igual que la elipsis y  todo elemento de heterogeneidad en el discurso, es portador de una enorme fuerza de seducción, ya que connota excelentemente el secreto.
Un diccionario corriente puede decirnos  que una argumentación  es lo que está compuesto por argumentos; que es una serie de argumentos que apuntan a una afirmación, a una tesis; y que una argumentación es el arte de argumentar. P. Foulquié dice que "toda argumentación es el índice de una duda, pues supone que hay lugar para caracterizar o para reforzar el acuerdo acerca de una posición determinada que no sería suficientemente clara o no se impondría con suficiente fuerza", y añade que "el dominio de la argumentación es el de lo verosímil, de lo plausible, de lo probable, en la medida en que esto último escapa de las necesidades de cálculo".
Hasta aquí, sabemos qué es un argumento, pero no se sabe qué es argumentar. C. Perelman dice que "argumentar es influir por medio del discurso sobre la intensidad de adhesión de un auditorio a ciertas tesis". Afirma que toda argumentación apunta a la adhesión de los espíritus, y por el mismo hecho, supone la existencia de un contacto individual.
El orador de todo texto argumentativo va a actuar sobre el sentido de los contenidos. El dominio de los argumentos será lo de lo no cierto, lo probable. No se trata de establecer las conclusiones rigurosamente, sino de defender una tesis con razones convincentes, de volverla probable, es decir, susceptible de ser aceptada como verosímil, como teniendo las mayores posibilidades de estar en concordancia con la verdad.
Tanto la definición como la constitución de una argumentación son imposibles sin la consideración del sujeto, tanto del que habla como de aquellos a los cuales está destinada. La argumentación es un universo de persuasión.
La argumentación nunca comienza con premisas verdaderas, sino con premisas probables. Por eso es necesario que en un momento dado exista un consenso efectivo con el auditorio. Pero esto no debe reducir la argumentación a una simple interacción entre el orador y el público, pues así nos vemos pronto conducidos a evocar la noción de finalidad. Algunos autores definen la argumentación como un discurso con finalidades, pero esto no nos permite avanzar demasiado, pues lo propio de todo discurso consistirá en significar alguna intención de aquel que lo ha concebido.
En realidad, la argumentación es una práctica cotidiana, discursiva, natural. Es, simplemente, un conjunto de razonamientos que apuntalan una afirmación. Se identifica  con el enunciado de un problema, de una duda.
Surge la necesidad de comparar la argumentación con la demostración, pues muchas veces, suelen confundirse estos términos. Para Aristóteles, una demostración partía de afirmaciones verdaderas y primeras; la deducción dialéctica, a partir de ideas admitidas y la deducción erística, desde ideas que se presentan como las ideas admitidas sin serlo realmente. Las ideas admitidas son enunciados endodóxicos que tienen adhesión efectiva. Las dos últimas son las que más se aproximan a la argumentación.
Ahora bien, toda argumentación traduce y responde a un procedimiento conceptual del sujeto. De ello surge la posibilidad de encontrar huellas argumentativas. Además, como la argumentación se manifiesta por razonamientos acerca de un problema, lleva presente en sí estrategias discursivas. Podemos definir el discurso como el conjunto de las estrategias de un orador que se dirige a un auditorio con vistas a modificar el juicio de este auditorio acerca de una situación o acerca de un objeto. La argumentación va a aparecer como el mecanismo social por excelencia que regula la interacción de las relaciones interindividuales o intergrupales: construye situaciones.
La argumentación parte de principios generales compartidos por toda la comunidad sociocultural, actúa sobre una opinión. Desde ahí, se re-construye un nuevo objeto que apuntala la afirmación del orador. Toda argumentación es relativa a una situación, está inscripta en una situación y se refiere a una situación. La argumentación desconstruye, construye, re-construye... Transforma. Hay que pensar que un objeto se construye siempre para alguien, es necesario tomar al auditorio como elemento teórico y no como reunión de individuos a considerar en su presencia física. Aristóteles decía que la argumentación no existe más que a propósito de la opinión.
Greimas sostiene que la lengua es un ensamblaje de significación. Cada oración puede así ser considerada como teniendo una continuidad en el nivel de la significación del discurso, continuidad captada a partir de los elementos y de sus relaciones en el discurso.
Jean-Blaise Grize distingue tres funciones del discurso:
-Función esquematizante: consiste en evocaciones y en determinaciones de los objetos a los que se refiere el discurso.
-Función justificatoria: interviene según si las proposiciones presentadas por el hablante se bastan a sí mismas o si reclaman una justificación (retórica de las pruebas).
-Función organizativa: se manifiesta a través de una doble organización operatoria: una entre proposiciones y otra entre objetos. Entre proposiciones, concierne a las relaciones entre oraciones y es posible distinguir tres tipos de operaciones: en efecto, ahora bien, por lo tanto; y, o, si (lógica de la demostración); pero, sin embargo (expresan matices de oposición).
La ubicación de estas operaciones jamás es indiferente, sino que corresponde a un cierto orden impreso en el discurso por quien lo produce.

La argumentación se construye en el discurso tomando la forma de una organización de juicios, de proposiciones en sentido general o de aserciones. El discurso argumentativo está estructurado en proposiciones o tesis que constituyen un razonamiento y traducen indirecta o directamente la posición del hablante. Señala una posición de ese hablante acerca de un tema o un conjunto de temas. El discurso argumentativo apunta, si no siempre a convencer, al menos a establecer la justeza de una actitud, de un razonamiento.
¿Cómo habla un discurso argumentativo? A través de elementos léxicos (palabras). Lo importante son las características semánticas a las cuales pueden remitir sus propiedades formales y sus ubicaciones en el orden estructural de la oración.
En algún momento, el orador cede la palabra a otro; ese otro, esa otra voz puede apoyar o no la palabra del hablante. Esto es fundamental en el discurso argumentativo. Además, la estructura argumentativa establece un juego entre lo posible y lo fáctico.
El rigor y la persuasión de un razonamiento pueden ser independientes de la verdad de las proposiciones que lo constituyen. Una conclusión  puede ser lógicamente válida, aunque los principios que están en el origen de la deducción sean falsos. Todo razonamiento tiene un objeto, que es extradiscursivo.

Tipos de razonamientos
Hay diversos tipos de razonamientos que se pueden utilizar en un texto argumentativo de manera indistinta. Todos ellos pueden convivir armónicamente en una argumentación pues, si bien son diferentes, no son opuestos.
-Razonamiento deductivo: (progresivo o directo) es un paso desde lo universal a lo singular. Es la aplicación de una norma al caso concreto.
-Razonamiento regresivo: de una regla particular a una regla más general. En relación con este tipo de razonamiento, se encuentra la anábasis, que produce una norma universal a partir de casos singulares o particulares.
En todo razonamiento deductivo riguroso, sólo cuenta el lazo lógico que garantiza y asegura la verdad de una consecuencia, a condición de que las premisas sean verdaderas sin que, por tanto, sea necesario invocar alguna relación de inclusión o identidad. La conclusión depende de las premisas pero no está contenida en ellas (Descartes).
Quien argumenta, en efecto, es quien, bajo la apariencia de lo verdadero, de lo cierto, de lo universal, construye sistemas locales específicos cuya axiomática así relativizada le permite a continuación controlar lo que se dará como silogística deductiva e incluso inductiva.
-Razonamiento inductivo: es un pasaje de lo particular a lo general. Es un silogismo por inducción, invertido y totalizante.
Toda inducción está basada en el reconocimiento de las propiedades compartidas por un cierto número de individuos.
-Analogía: es un pasaje de un caso particular a otro caso particular. Es un recurso metafórico muy utilizado en periodismo que muestra similitud entre los hechos. Construir una relación de analogía entre dos fenómenos es también emitir un juicio acerca de dos fenómenos. Este juicio constituye la mayor de una inferencia que va a consistir a continuación en extender al segundo fenómeno las propiedades atribuidas al primero: "...esto es tanto como...".
-Operaciones modales: el recorrido de las modalidades de razonamiento está en el orden: existencia, necesidad, probabilidad, posibilidad, no necesidad, imposibilidad, impro-babilidad, no existencia. El recorrido de las modalidades traduce entonces la libertad del sujeto para construir los hechos y las propiedades necesarias para la constitución de una situación-finalidad de su discurso.

Las operaciones retóricas: el orden de los argumentos
Las estrategias de orden. Cuando el orador enuncia su plan desde el exordio, su proyecto es a menudo un cuestionamiento de las composiciones adoptadas por sus adversarios o sus predecesores acerca del mismo tema. Es necesario comprender el lenguaje como sistema de representación y es por eso que el orador debe asegurarse de las disposiciones de su auditorio (o lector), ya sea para aprovecharlas si le son favorables o para modificarlas si le son contrarias. Esa es la función del exordio.
El exordio es el comienzo y el anuncio del texto. Tiene como objetivo  preparar breve-mente a los oyentes o a los lectores para el conocimiento del tema y provocar al mismo tiempo su atención o su benevolencia. El exordio sólo comienza verdaderamente en el momento en que se descubre el objeto  y la meta del discurso. Sólo debe contener lo que apunta al tema que vamos a tratar y que debemos enunciar de una manera clara y fácil. Los exordios deben ser extraídos de la naturaleza del tema, del tiempo, del lugar, de los prejuicios, de las circunstancias, de las similitudes.
La proposición que sigue al exordio es la exposición clara y precisa del tema, tiene por meta determinar el estado del problema. Consiste, por lo tanto, en la partición del tema en muchos puntos que deben ser tratados unos después de otros en el orden marcado por el autor. La proposición con las divisiones y las subdivisiones forman lo que se denomina el plan del discurso. Para que un plan sea bueno debe, por tanto, reunir nitidez, simplicidad, fecundidad, unidad y proporción.
La confirmación ocupa un lugar importante en el texto argumentativo; debe conducir la prueba de lo que se ha expuesto en la proposición. La primera regla del arte de persuadir -se dice como precepto- es la de dar a lo que se afirma y de quitar a lo que se niega el carácter de verdad, de certidumbre o de verosimilitud.
Las estrategias son, entonces, de dos tipos: cuando tenemos pruebas débiles pero creemos útil servirnos de ellas es preciso reunirlas, amontonarlas para que se presten un socorro mutuo y que suplan la fuerza por el número; las grandes pruebas, por el contrario, fuertes y contundentes, deben ser mostradas separadamente para que no sean confundidas y deben ser desarrolladas aparte para que no pierdan nada de su valor.
La refutación consiste en destruir los medios contrarios a los del orador, en particular en combatir los sofismas, es decir la inclinación del auditorio o lector. Tiene dos objetivos: alcanzar a convencer por la recapitulación o resumen de las principales pruebas; o alcanza la persuasión o emociona por el empleo de movimientos oratorios.

La importancia del orden
La retórica, según Aristóteles y sus continuadores, está fundada en la techné, poder de crear lo que puede ser o no ser. Esta techné rhetoriké  se manifiesta según cuatro tipos de operaciones que son ellas mismas partes del arte: inventio (establecimiento de las pruebas), dispositio o taxis (puesta en orden de las pruebas),elocutio o texis (la puesta en forma verbal de los argumentos) y, por fin, actio o hypocrisis (puesta en escena por parte del orador). La estructuración del texto es indiscutiblemente entonces la operación fundamental, en particular bajo el aspecto pragmático del orador.
Estas formas de división se inscriben en una concepción global que asegura la síntesis con estos géneros que se denominaban entonces  figuras del tema: decir lo que queremos decir (directa), utilizar un procedimiento disfrazado (indirecta), elegir la ironía, la broma, la antífrasis (contraria).
El orden del discurso parece marcar la presencia de una operación retórica fundamental, característica de la discursividad. La operación primordial de orden traduce así la intervención de una libertad del sujeto en la composición de su decir y por lo tanto, en la construcción de las rerpesentaciones que desea imponer. Es sobre todo el lugar de expresión y de realización de esta teatralidad por la cual la articulación discursiva va a jugar sobre las restricciones de la secuencialidad propias de la lengua. Es evidente que en una argumentación el orden jamás es indiferente, ya que está compuesto por el orador en función de las modificaciones de auditorio al que apunta. Toda argumentación se construye en un espacio discursivo ya determinado, al menos, acerca de un cierto número de acontecimientos y de propiedades.
El orden en la argumentación traduce, en primer lugar, la selección de lo que el sujeto desea que tome en consideración el interlocutor-auditorio-lector. Jamás es gratuito o indiferente: es evidente que cada paso construirá una nueva configuración de la situación discursiva, susceptible de influir en la actitud final del auditorio-lector.
El orden es, por lo tanto, marco de una presencia fundamental en otda argumentación: la de un auditorio, la de una comunidad de lectores. No es sin razón que la tradición retórica ha insistido en el exordio, la introducción del texto que tiene por objetivo captar de entrada el interés del lector.
La operación del orden jamás es una simple formulación: es el lugar de estrategias precisas cuya existencia está fundada sobre la relación sujeto-auditorio o lectores. El exordio ofrecerá la oportunidad de precisar la pertinencia del texto, la importancia del propósito, su justeza. Hay que tener en cuenta que no hay fuerza intrínseca de un argumento sino aquella asimilable a un poder de convicción que depende enteramente de la construcción del texto en la que toma lugar; de la ubicación del sujeto que lo enuncia y de la situación que hace posible su uso. Es significativo comprobar que el orden puede ser incluso materia de reflexión  para el sujeto enunciador o destinatario o para los dos, y por esa vía influir explícitamente en la comprensión y el resultado de la argumentación. Finalmente, hay una ventaja en que el texto indique el orden que entiende seguir o el que le sirve de modelo, y es la de facilitar entonces en el lector o en el oyente la constitución de un esquema de referencia. El orden del texto expresa el orden de la representación que se da el sujeto y traduce además  el orden de la presencia que él acuerda a su auditorio o que éste le impone.
La cuestión teórica de un análisis del texto remite por tanto a muchos dominios metodológicos: los tipos de argumentos o de razonamientos de los que se apropia el sujeto o los que remite a otros, las relaciones entre los contenidos construídos, la inscripción del discurso en uno o varios conjuntos de prácticas discursivas, los modos de progresión de ese discurso en una situación de interacción, y por fin, los encadenamientos lógicos que permiten este orden.

El esquema discursivo y la esquematización del sujeto
La situación de algunos análisis textuales es paradójica: apuntan a elaborar redes de especificación de los modos de significación inherentes a diferentes categorías de discursos y, para hacerlo, se apoyan en una metodología lingüística orientada más hacia la sintaxis que hacia la semántica y, generalmente, limitada al estudio de la oración. La alternativa se define entonces como:
-Contribuir a construir un cuerpo de procedimientos lógico-semánticos en el marco mismo de la teoría lingüísitca;
-o bien reconocer que existen tantas metodologías para el análisis del discurso como objetos específicos, como categorías de textos (o incluso de géneros) a los cuales se los aplicamos.
Esta doble cuestión parece una falsa cuestión. Las formas de análisis examinables para el discurso son las que, según entiendo, toman en préstamo de la linguísitca los instrumentos que ésta no ha podido elaborar, sobre todo a propósito del texto en tanto fenómeno de la lengua.
Los análisis del discurso están así en la misma situación que la semiótica en la que algunas veces se inspiran: tienen, como lo ha resumido Umberto Eco, "necesidad de hacer un largo viaje a través de la lógica formal y de las lógicas de los lenguajes naturales [...] para quizás destruirlas".
Una primera característica del lenguaje es la de permitir al sujeto decir cosas acerca del mundo y al hacerlo, por los universos que él determina, participar de una construcción del mundo. Una segunda característica del lenguaje, complementaria de la primera, es po lo tanto, la de ser el lugar de las producciones de sentido y favorecer así los juegos del sujeto sobre la significación. Al hablar de producción de sentido, es necesario señalar que toda manifestación semántica es el producto de un sujeto, origen del discurso. Por lo tanto, el lenguaje es acción.

El sentido no es lo que el diccionario ofrece
La relación entre las circunstancias de producción y el lenguaje puede ser juzgada simple y aceptada como tal. El riesgo consiste en inferir  a partir de lo que es producido, hipótesis demasiado fuerte acerca del productor de esos textos. 
Es necesario tomar posición en lo que concierne a la forma de inscripción del sujeto en el discurso y esto surge a partir de una práctica fundada sobre ese texto. Es importante para esto restituir la intervención operatoria del sujeto sobre el mundo, intervención mediatizada en esta actividad fundamental que es el lenguaje y que es el origen privilegiado de las representaciones. Es indiscutible así que la lengua participa de la construcción del mundo y que es una libertad del sujeto que opera sobre el exterior.

El sentido, la verdad y la coherencia
Jean Paul Sartre definía el sentido como el lugar de lo universal singular o concreto, e introducía a propósito de esta la verdadera pregunta: ¿cuáles son las condiciones suficientes y necesarias para que haya  comprensión y por lo tanto comunicación entre quien escribe y su lector?
Este universal, lugar del sentido, se identifica entonces con las categorías del mundo cuya permanencia, evidentemente, es más cómodo postular. Para que haya perennidad de las representaciones es preciso por tanto que el lenguaje sea ese objeto en el que la estabilidad de los principios de funcionamiento permite asegurar una estabilidad de las divisiones del sentido, estando éste último en correspondencia expresiva con las descomposiciones explicativas del mundo. El sentido es así re-producción.
Es preciso distinguir lo que se da en la superficie del texto y las operaciones generales que esta superficie puede dejar sugerir. El problema esencial es el de la significación y esta última se traduce en un conjunto de relaciones complejas entre textos, discursos, situaciones de enunciación y sujetos que producen esos discursos.
Todo texto es al mismo tiempo texto de un sujeto y texto de otro, pero el texto de ese otro es siempre el texto que de él da el sujeto. Ya se trate del estilo, de la expresividad o simplemente de la descripción, todos los elementos del texto son así fundados, imbricados por un juego  incesante de aproximaciones, de oposiciones, de comparaciones y de equivalencias. Se puede decir entonces que en el texto está a la vez lo lógico y lo no lógico. Lo lógico porque intelectualmente el sujeto opera con las categorías lógicas que nos hemos acostumbrado a considerar como aquellas con las cuales la mente clasifica las ideas. Lo no lógico también porque la característica del juego expresivo del sujeto es manipular, cambiar estas categorías de manera frecuentemente poco recomendada por la lógica.

La organización del sentido
En el texto hay primeramente una relación de designación y por ello de establecimiento de un estado de cosas. Las palabras elegidas tendrán por función representar este estado de cosas con el auxilio de los indicadores espacio-temporales del tipo esto, aquello, aquí y ahora. La segunda relación importante es la del discurso con su sujeto enunciador, relación que la retórica designaba como manifestación de los deseos y creencias del sujeto correspondiente a la proposición de su discurso.
La tercera relación interna al discurso es la significación, es decir, la relación de las palabras con los conceptos, las nociones, las ideas. La característica fundamental de esa relación es la implicación: toda proposición de una argumentación de un texto destinado a otros sólo interviene en tanto elemento de una demostración. El sentido no existe fuera de aquello que lo expresa, proposición o texto.
El texto es un movimiento propio en el que el sujeto funda a la vez un conocimiento y un conocido, un conjunto de proposiciones y las propiedades que les son afectadas determinándolo. Por consiguiente, lo esencial de la verdad construida por el discurso está en esta relación entre el problema que él constituye y las condiciones de verosimilitud de ese problema en tanto tal. Es esta relación la que funda el sentido.

Analizar un texto argumentado
Un texto es la operación global de un sujeto que construye una representación. El rol del texto es, por lo tanto, el del pretexto, de la concordancia con una visión economicista de la relación social. Lo ideológico sólo es concebido entonces como discursivo  en tanto permite argumentar una visión de las cosas conforme a la ideología del analista.
El texto es un lugar de producción de sentido al menos tan activo como la expresión de los comportamientos y la determinación económica que, tanto una como otra, se organizan en dinámica de fuerzas y de movimientos sociales.
Un primer objetivo es estudiar  las operaciones discursivas que engendran la esquematización tal como el sujeto desea verla recibida por el lector o el oyente. Concretamente, esto significa admitir el postulado según el cual un texto realiza cierto número de operaciones sobre los objetos con miras a determinarlos y que es preciso justificar estas determinaciones articulándolas. Explicitar esto equivale a atribuir al texto un cierto número de leyes, algunas de las cuales, son las siguientes:
-El texto determina los modos de existencia de los objetos a los que se refiere. Por lo tanto, hay operaciones de predicación: definición, descripción, propiedad, comportamiento, acción, etc.
-El sujeto deberá justificar las determinaciones de su texto, apropiándose de ellas o imputándoselas a otros.
-Todo texto puede ser definido  como un conjunto de estrategias de un sujeto cuyo producto será una construcción caracterizada por los actores, los objetos, las propiedades y los acontecimientos. La puesta en situación de todos estos elementos sólo será posible en función de operaciones modales y lógicas.
-El texto debe proponer claramente su tema.

El tema de un texto, en el sentido clásico, es más que el objeto; lo define y lo califica al reunir las propiedades que la construcción discursiva pretende establecer. Por tanto, la definición de este objeto llevará al analista a la determinación de subobjetos que funcionarán como elementos del dominio de representación considerado.
Las relaciones entre los objetos serán de tipo aproximación, yuxtaposición, proximidad, composición. Estas relaciones utilizarán operaciones tales como la analogía, la oposición, la complementación, la inclusión.
Por último, es importante aclarar que los procedimientos de orden son fundamentales para un texto argumentativo, pues son estrategias sobre muchos modos posibles de la cadena de operaciones (oposición, explicación, analogía, metáfora). Las estrategias de orden jugarán además sobre lo fáctico y sobre lo hipotético. Se trata de procedimientos por medio de los cuales el orador o redactor cierra el dominio al que quiere restringir su argumentación, según una progresión cuyas modalidades espacio-temporales también tiene que fijar.

Las etapas del análisis
El análisis de las variaciones semánticas de una proposición a otra, en particular de las repeticiones del texto permitirá determinar, por el juego de las diferencias, las operaciones que conciernen a la marca del sujeto enunciador. Se trata primeramente para el sujeto de afianzar su proposición de tal manera que los elementos semánticos de la oración sean compatibles entre sí.
La operatividad del sujeto que argumenta va a actuar sobre tres elementos principales: los procesos, los conectivos y los procedimientos de orden. Se trata para el sujeto de orientar los juegos sucesivos de los procesos de manera tal que el lector o el oyente sea llevado progresivamente al reconocimiento de campos cerrados, delimitados en el espacio y en el tiempo, donde es más fácil hacer  aceptar el argumento y, en consecuencia, obtener la adhesión.
El sentido del texto debe ser considerado como lo que orienta las operaciones, su encadenamiento, su sucesión. El texto argumentativo se organiza.
Con todas estas consideraciones, la lectura y análisis de un texto argumentativo se facilitará no en el sentido de la tradicional interpretación, sino en el de los modos de producción de ese texto. Esto no es arbitrario, pues para un periodista, analizar las estrategias y procedimientos argumentativos, le permite adquirir herramientas fundamentales para la elaboración de sus propios textos.

El texto como representación

Después de estas consideraciones, es importante especificar algunos puntos que intervienen en la difusión de un texto oral. Hasta ahora, hemos visto todos los elementos que intervienen en un texto escrito. En un texto oral, además de todo esto, es importante tener en cuenta las circunstancias de producción y de re-producción. En el análisis visto hasta ahora, se ignora un cierto número de parámetros tales como los gestos, las actitudes, los tonos, los lugares, las presencias que un análisis circunstancial permitiría englobar para alcanzar una unidad de conjunto necesaria ya que la argumentación es teatralidad.
El texto no es únicamente reflejo o máscara de los pensamientos del autor, sino también producto de circunstancias exteriores como las de lugar que suscita el énfasis y la selección de las ideas a partir de la interacción orador-auditorio, aún las que provienen del texto mismo, cuyo funcionamiento propio tiene objetivos de elegancia, redundancia y de musicalidad. Un texto argumentativo oral es, finalmente, una puesta en escena.
En la oralidad, el texto se concibe como efecto de una voluntad de representación ofrecida por el autor a su público. Como sabemos, el lenguaje no se relaciona con la verdad, con la esencia de las cosas: no quiere verdaderamente instruir sino transmitir a otros una representación que es subjetividad. Es preciso subrayar la relación del lenguaje con el exterior como extracción de características, elección de criterios y de manifestaciones.
El texto oral debe ser concebido a la vez como acto del sujeto, intervención y representación construida y por lo tanto devenida operante, que otros pueden desarrollar o restringir en y frente a un campo de relaciones, es decir jugar sobre las aperturas y las clausuras de estas relaciones. El texto oral no solamente se ofrece sino que se construye como una representación cuya vocación es asociar a quien lo recibe con el lugar de quien lo enuncia. La teatralidad de la argumentación no está unicamente en el intercambio en el que interviene sino en su funcionamiento propio y en aquello que ella sirve a enmascarar tanto como a privilegiar.
Esto mismo se manifiesta en nuestros juicios cotidianos acerca del discurso social cuya pertinencia es menos la de informar que la de confirmar, de estabilizar lo aparente y lo percibido; en una palabra, restituir las condiciones de una familiaridad a sutiles niveles socioculturales. Su propósito no es, por lo tanto, el de constituir la representación fiel de una realidad sino asegurar por el contrario la permanencia de una cierta representación.
Como enfatiza Nietzsche en Poetique, "el secreto propio del arte retórico es entonces la relación juiciosa de dos elementos que se deben tomar en consideración: la sinceridad y el artificio". Es ciertamente un juego en el límite de la estética teatral y de la moralidad: todo desequilibrio anula el efecto deseado.
El texto argumentativo se inscribe así en un espacio de posibles por todo un funcionamiento de permutaciones sobre las combinaciones de tiempo y de personas. Constituye además, por su funcionamiento, un espacio de tres dimensiones: el sujeto, el auditorio y el texto en juego que los relaciona.
El juego discursivo permite este poder del sujeto al mismo tiempo que lo disimula en nombre de las exigencias propias de la retórica institucionalizada. La función teatral del texto introduce lo posible al mismo tiempo que relativiza lo existente.
La consideración de su función teatral permite ya definir a nivel discursivo eso que podemos entender por representación. Por representación no se trata de considerar alguna actividad del sujeto que apunte a representar, en el primer sentido de la palabra, "otra cosa". Las intervenciones del sujeto que construye su discurso y le da la forma de espectáculo retórico, tienen por primer objetivo elaborar, realizar, animar algo que se basta a sí mismo en la medida en que es enunciado, producido aquí y ahora. En consecuencia, el análisis de ese discurso debe, en primer lugar, basarse en lo que es dado y dado literalmente por un texto, es decir, en un juego discursivo.
La argumentación es así ese dominio salvaje de lo retórico cuyo propósito es para su autor crear los campos específicos de la representación, del saber, de la razón y enmascarar en ellos el formalismo retórico bajo el aspecto de la necesidad lógica. Y se trata de necesidad pues la importancia de un texto argumentativo no está en lo que se dice sino en lo que él hace hacer.

El texto hecho piel
Cuando un texto argumentativo se expresa en la oralidad adquiere un sentido nuevo, un sentido que quiere significarse, re-significarse. No se expresa más que en un querer-decir que no es más que un querer-decir-se de la presencia del sentido.
El texto argumentativo que se expresa oralmente adquiere una nueva piel otorgada por todos los recursos del orador en esa relación que se establece con el auditorio. La visibilidad, la espacialidad como tales no podrían sino perder la presencia así de la voluntad y de la animación espiritual que abre el discurso. "En cambio  excluímos (de la expresión) los gestos y ademanes con que acompañamos nuestros discursos involuntariamente y desde luego su propósito comunicativo..."[1]. Estas exteriorizaciones no son expresiones en el sentido del discurso, no están como las expresiones, unidas en unidad fenoménica con las vivencias exteriorizadas. En la conciencia del que las exterioriza, al exteriorizar estas manifestaciones falta la intención del sujeto de presentar unos "pensamientos" en modo expresivo.
Muchas veces, se puede interpretar el gesto, el juego fisionómico, lo no-conciente, lo involuntario, la indicación en general; se puede a veces retomar y explicitar esa gestualidad en un comentario discursivo. Esta interpretación hace "entender" una expresión latente. Los signos no expresivos no quieren decir más que en la medida en que se les pueda hacer decir lo que se murmuraba en ellos, lo que se quería en una especie de farfulleo. Los gestos no quieren decir más que en la medida en que se los puede escuchar, interpretar.
Todo lo que en mi discurso está destinado a manifestar una vivencia a otro, debe pasar por la mediación de la cara física. Esta mediación irreductible compromete toda expresión en una operación indicativa. Hay indicación toda vez que el acto que confiere el sentido, la intención animadora, la espiritualidad viviente del querer-decir, no está plenamente presente. La palabra sólo cesa de ser palabra cuando nuestro interés se dirige exclusivamente a lo sensible, a la palabra como simple voz.






Bibliografía

-Baudrillar, Jean; De la seducción
-Derrida, Jaques; La voz y el fenómeno; Pre-textos; Buenos Aires, 1985
-Eco, Umberto; Lector in fábula
-Lyotard, Jean-Francois; La fenomenología
­- Parret, Hernán; "La seducción"
-Sartre, Jean Paul; El Ser y la Nada 
-Vignaux, George; La argumentación: un ensayo de lógica discursiva




[1] Derrida, Jaques; La voz y el fenómeno; Pre-textos; Buenos Aires, 1985

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