Características de la seducción y de la argumentación
Prof. Lic.
Gustavo Rosa
El texto seductor es un tipo de texto periodístico que no tiene como
objetivo esencial informar y tampoco opinar de manera explícita. Se los puede
encontrar en las ediciones dominicales de los diarios o en algunas revistas.
Pero antes de abordar las características estructurales de estos textos, sería
mejor aclarar qué significa ‘seducción’.
La seducción: un canto de sirenas
Muchas veces se escucha hablar del
término "seducción" sin saber realmente el sentido que abraza. Por lo
general, se lo relaciona directamente con el deseo sexual y se queda allí su
significado. Según Hermán Parret, seducir es conducir el alma, y agrega el
alma se deja fascinar -idea tomada
de Platón- y jamás escucha razones.
Seducción tiene un origen latino en prolecto, que significa atraer; otro
posible origen es sollicito, que
siginifica provocar, excitar. En el libro oriental Las mil y una noches, aparece un claro ejemplo de seducción:
Scheherazada. Ella se casa con el sultán, aquél que acostumbraba degollar a sus
esposas después de la noche de bodas, no para convencerlo de que sus acciones
no son bien vistas, sino para seducirlo con sus relatos. En La odisea, las sirenas cantan para que
los navegantes se desvíen de su camino, se estrellen contra las rocas y se
conviertan en alimento.
Con estos ejemplos se puede ver que la seducción sugiere la idea de la
desviación de determinado camino. Otra raíz de la palabra seducción la
encontramos en seduco, que remite a
apartar, llevar aparte. En la era cristiana aparece seductio como seducción, que significa llevar consigo.
Lo que está implícito en las líneas anteriores es la idea del desvío. Pero, ¿desviar de
qué?¿de dónde?¿hacia dónde? La acción de apartar evoca la comunicación furtiva
de un secreto. El secreto es la principal cualidad seductora, lo no dicho. La seducción corre bajo la
obscenidad de la palabra. La seducción actúa a condición de no ser nunca dicha.
Scheherazada desvía al sultán de la
ejecución de las doncellas. Ese acto
era, para él, su verdad. Ella aparta al sultán de esa verdad. No intenta
convencerlo de lo sanguinario de sus costumbres, ni de la crueldad que
conllevan. Simplemente, lo desvía de su
camino.
Una primera idea interesante de la seducción
es que no pertenece al orden de la naturaleza, sino que es un artificio. Es
decir, que no se puede ser seductor naturalmente, sino que hay una
intencionalidad, una producción del acto seductor. Es más, una de sus
herramientas es pronunciarse en contra de la propia naturaleza. Jean
Baudrillard afirma que “la seducción vela
siempre por destruir el orden de Dios, aún cuando éste fuese el de la
producción y el deseo. Para todas las ortodoxias sigue siendo el maleficio y el
artificio, una magia negra de desviación de todas las verdades, una conjuración
de signos, una exaltación de los signos en su uso maléfico. Todos discurso está
amenazado por esta repentina reversibilidad o absorción en sus propios signos,
sin rastro de sentido”. Esto quiere
decir que la seducción es ruptura con alguna estructura ya aceptada. Es, en
cierta forma, revolucionaria. Porque la seducción representa el dominio del
universo simbólico mientras que el poder representa sólo el dominio del
universo real. Y el con ese poder, con
ese universo real con el que rompe toda
acción seductora.
En la sociedad occidental, el poder se
relaciona con lo masculino. La seducción, como opuesta al poder, es femenina. Cualquier
fuerza masculina es fuerza de producir. Todo lo que se produce, aunque fuese la mujer
produciéndose como mujer, cae en el registro de la fuerza masculina -como una
forma de emular esa fuerza-. La única e irresistible fuerza de la feminidad es
aquélla, inversa, de la seducción. No es propiamente nada, no tiene propiamente
nada más que la fuerza de anular la de la producción. Pero la anula siempre.
El motor que hace necesaria la fuerza
masculina en la sociedad son los celos del varón del poder de fecundación de la
mujer. Este privilegio de la mujer es inexplicable, hacía falta inventar a toda
costa un orden diferente, social, político, económico masculino, donde este
privilegio natural pudiera ser rebajado. Lo femenino no es solamente seducción,
es también desafío a lo masculino por ser el sexo, por asumir el monopolio del
sexo y del placer, desafío para llevar a cabo la hegemonía y ejercerla hasta la
muerte.
La seducción tiene una fuerza
inmanente que le sustrae a todo su
verdad y penetra en un juego, como el que se produce en los relatos y
canciones. Jean Baudrillard dice que "la
seducción es lo que sustrae al discurso su sentido y lo aparta de su
verdad". Pero tampoco reivindica su verdad, simplemente seduce.
En la seducción está presente también el
juego de las apariencias. Representa el dominio del universo simbólico, en
oposición al universo de lo real. La seducción intriga, esboza, esquiva,
simula, provoca; la ilusión que evoca el objeto seductor es hacer pasar la nada por el todo, como en el caso de
Scheherazada.
También provoca la ilusión de que algo
se está diciendo, pero, sin embargo, nada se dice. O lo que se dice, está
sabiamente oculto, permanece como un secreto. En lo oculto hay, aparentemente,
un juego de aturdimiento, un aluvión superficial que distrae, aparta. El secreto se esconde al conocimiento
directo.
La seducción es un principio de
incertidumbre: la seducción "seduce" porque nunca está donde se
piensa que está. Lo seductor es un universo simbólico, una ilusión, es algo que permanece oculto. De lo
oculto sale lo más asombroso, que es lo no
real. Según afirma Baudrillard, "seducir es morir como realidad y producirse
como ilusión". La estrategia de la seducción es la ilusión, aunque
decimos estrategia no en un sentido estricto, pues el goce, provocado por la
seducción, no tiene estrategia, pues no es más
que una energía en busca de su
fin. Ese fin puede aparecer como un desafío,
pues ¿qué hay más seductor que un desafío? Scheherazada desafía la muerte
al arriesgarse al casamiento con el sultán.
Baudrillard afirma que "la seducción no es la forma de una
respuesta, sino la de un desafío". La relación que establece el
desafío pasa por signos insensatos que enloquecen al otro, lo aturden, como en el caso de las
sirenas.
La seducción, al no detenerse nunca en
la verdad de los signos, sino en el
simulacro y el secreto, inaugura una especie de iniciación -en el sentido
ritual- inmediata que sólo obedece a sus propias reglas de juego. Ser seducido es ser desviado de la verdad.
Seducir es apartar al otro de su verdad.
El seductor es aquel que sabe dejar
flotar los signos, sabiendo que sólo su suspenso es favorable. Ese suspenso se
basa en no agotar los signos en el acto, sino esperar el momento en que se
responderán todos entre sí. Al agotar la significación de los signos, se llega
a la obscenidad de la palabra, a lo obvio y previsible del discurso.
Como ya se ha dicho, la seducción desvía
del camino, oculta la verdad; es, por excelencia, el espacio de lo no dicho. Sin embargo, la seducción no
lleva en sí la mentira, no provoca la
decepción de la mentira. La mentira es la acción de alterar deliberadamente
la verdad. Es un acto realizado con la intención de engañar. Es una afirmación
contraria a la verdad. Se puede decir que mentimos si creemos una cosa y
decimos otra, a conciencia.
Existen tres condiciones para la
producción de una mentira: tiene que haber una creencia; una afirmación que
contradiga esa creencia y debe haber una intención de comunicación, sin la
intención de decepción (la decepción aparece cuando el otro descubre que he
mentido).
La seducción, como veremos, no tiene
nada que ver con la mentira. En primer lugar, no funciona a partir de un estado
de creencia. No hay, por lo tanto, una afirmación que contradiga la creencia,
pues no hay creencia. Y en tercer lugar, sí hay decepción, pues el discurso
seductor no dice todo; hay comunicación esencialmente truncada. El discurso seductor siempre deja en el
otro el deseo de querer que haya más.
Obscenidad
y seducción
Es muy importante diferenciar la
seducción con aquellos textos de contenido explícito. Lo pornográfico, ligado
no solamente a las escenas de sexo, no es seductor, es obsceno. Lo obsceno
satura por su obviedad, por la reiteración, por la saturación de los
contenidos. La obscenidad quema y
consume su objeto.
Las tendencias hiper-realistas en cine y
en TV se aproximan a esta idea de lo pornográfico. Mostrar se ha convertido no
sólo en el objetivo de las imágenes, sino también en estrategia y herramienta
esencial. El hiper-realismo es una
visión que acosa a la seducción a fuerza de visibilidad. Las imágenes hiper-realistas
tienden a provocar una saturación, un rechazo. Es por eso que puede pensarse
que el hiper-realismo es represor del
deseo. Nuestra cultura se va transformando en porno porque es cultura de
mostrador, de la demostración, de la monstruosidad productiva. En otras
palabras, es una cultura en la que se pierden las sutilezas, por lo que el
público recibe y consume mensajes altamente pre-digeridos.
La seducción de lo prohibido
Un
niñito le pide al hada que le conceda lo que desea. El hada acepta con una sola
condición, la de no pensar nunca en el color rojo de la cola del zorro. “¡Si no
es más que eso!”, responde con desenvoltura. Y ahí va en camino para ser feliz.
Pero, ¿qué ocurre? N consigue deshacerse de esta cola de zorro, que creía haber
olvidado ya. La ve asomar por todos lados, en sus pensamientos y en sus sueños,
con su color rojo. Imposible apartarla, a pesar de todos sus esfuerzos. Y hele
aquí, obsesionado, en todo momento por esta imagen absurda e insignificante,
pero tenaz y reforzada por la desilusión que tiene a no poder quitársela de
encima. No sólo las promesas del hada se le escapan, sino que pierde el gusto
de vivir. Quizá está de alguna manera muerto, sin haberse podido deshacer nunca
de la cola del zorro.
El color rojo de la cola del zorro es de
un orden irreal y sin consistencia, se impone porque no es nada. Pero no es la
prohibición lo que le perturba, sino el sinsentido de la prohibición lo que le
seduce.
La
seducción y la manipulación
Hay una semejanza entre manipulación y
seducción, un punto en el que, aparentemente, se tocan. La manipulación también
provoca un desvío, al igual que la seducción. El manipulador desvía al otro de
su camino, pero para conducirlo por otro
camino. Es una acción que obliga al otro a cambiar por otra acción.
La seducción no pertenece a la
competencia intencional de acción; no concierne la intencionalidad de acción en
el destinatario, simplemente su único objetivo es apartarlo de un camino. En la
manipulación la intencionalidad es necesariamente encubierta. La manipulación
es una intención del manipulador que reposa sobre su competencia cognitiva y
pragmática, y que lleva a su intervención. La intención se traduce entonces en
un hacer persuasivo, implicando una actuación -acción- de parte del manipulado.
¿Cómo es un texto seductor?
Hasta ahora, hemos visto lo que es la
seducción, pero no cómo serían esos conceptos trasladados a un texto. En primer
lugar, se puede decir que los textos seductores no ocupan un lugar central
dentro de los textos de opinión. Por lo general, se publican en ediciones
dominicales o en revistas mensuales. No son leídos por todo el público pues,
para la mayoría, en ese espacio se dicen tonterías. Prefieren leer las columnas
de opinión “serias” que expresan más claramente lo que el autor piensa.
Es que los textos seductores tienen, a
veces, una gran sutileza para presentar las opiniones del autor. En ellos se
habla, con la mayor simpatía posible, de cosas verdaderamente serias. No
siempre se habla de lo coyuntural o lo coyuntural es el punto de partida para
hacer un análisis de algo más profundo. Los autores de estos textos intentan
con humor hacer pensar al lector en cosas diferentes de las que se piensan
todos los días.
A veces se detienen en aspectos de la
cotidianeidad y sacan conclusiones deslumbrantes. El objetivo es hacer sonreir
al lector, pero también dejarlo pensando. Pero esas ideas para pensar están
ocultas en una parafernalia de imágenes jocosas, metáforas incongruentes o
ironías despiadadas que desconciertan al lector. Aturden, como las sirenas.
Apartan, como Sherezada.
En el texto seductor, todo vale. Es un
carnaval, con la irreverencia que eso conlleva. Es importante pensar en el
carnaval. Cuando en la edad media se impone la cuaresma con la abstinencia
absoluta de los placeres (carnales, sobre todo) surge el carnaval como
preparación a ese período. En los días previos al recogimiento propuesto por la
iglesia, se producía el desenfreno. Por eso se la consideraba una fiesta
pagana.
En ese desenfreno aparecía el disfraz
como travestismo tanto de sexo como de función social. El disfraz de rey, de
soldado, de noble permitía a la plebe parodiar a quienes estaban por encima en
la escala social. Para los nobles, resultaba encantador disfrazarse de “pobre”,
vestir los fingidos harapos al menos por unas horas para sentirse “inferior”.
¿Cómo se traslada esta idea del carnaval
al texto seductor? A través de la parodia, de la ironía, del “travestismo” de
la palabra.
Los textos seductores son reconocibles
por su estructura que en nada se parece a la de los demás textos periodísticos.
Se encuentra en un camino intermedio entre la literatura y el periodismo. Es
por eso que toma herramientas de ambos tipos de discursos, pero más de la
literatura.
Hay que poner los recursos bien
explicados, cercanos a lo literario
La
argumentación
Para poder abordar el término argumentación, es necesario indagar en
sus orígenes y en ellos encontramos que está íntimamente relacionada con la persuasión. Persuasión tiene dos
orígenes latinos: primero, suadeo, que
significa aconsejar; en segundo lugar, persuadeo,
que da la idea de impulsar al otro a tomar una resolución, convencer.
Entre estos dos orígenes, podemos
arribar a una idea aproximada de lo que la persuasión abraza. De ahí su
cercanía al término argumentación. Con
la argumentación hay un intento de conducir al otro hacia una verdad, hacia lo
probable. Recordemos que la seducción aparta de toda verdad.
La argumentación no puede dejar de argumentar, es decir, de
hablar. No hay silencios en la argumentación, pues el silencio, al igual que la
elipsis y todo elemento de heterogeneidad en el
discurso, es portador de una enorme fuerza de seducción, ya que connota
excelentemente el secreto.
Un diccionario corriente puede
decirnos que una argumentación es lo que está compuesto por argumentos; que
es una serie de argumentos que apuntan a una afirmación, a una tesis; y que una
argumentación es el arte de argumentar. P. Foulquié dice que "toda argumentación es el índice de una
duda, pues supone que hay lugar para caracterizar o para reforzar el acuerdo
acerca de una posición determinada que no sería suficientemente clara o no se
impondría con suficiente fuerza", y añade que "el dominio de la argumentación es el de lo verosímil, de lo
plausible, de lo probable, en la medida en que esto último escapa de las
necesidades de cálculo".
Hasta aquí, sabemos qué es un argumento,
pero no se sabe qué es argumentar. C. Perelman dice que "argumentar es influir por medio del discurso sobre la intensidad
de adhesión de un auditorio a ciertas tesis". Afirma que toda
argumentación apunta a la adhesión de los espíritus, y por el mismo hecho,
supone la existencia de un contacto individual.
El orador de todo texto argumentativo va
a actuar sobre el sentido de los contenidos. El dominio de los argumentos será
lo de lo no cierto, lo probable. No
se trata de establecer las conclusiones rigurosamente, sino de defender una
tesis con razones convincentes, de volverla probable, es decir, susceptible de
ser aceptada como verosímil, como teniendo las mayores posibilidades de estar
en concordancia con la verdad.
Tanto la definición como la constitución
de una argumentación son imposibles sin la consideración del sujeto, tanto del
que habla como de aquellos a los cuales está destinada. La argumentación es un universo de persuasión.
La argumentación nunca comienza con
premisas verdaderas, sino con premisas probables. Por eso es necesario que en
un momento dado exista un consenso efectivo con el auditorio. Pero esto no debe
reducir la argumentación a una simple interacción entre el orador y el público,
pues así nos vemos pronto conducidos a evocar la noción de finalidad. Algunos
autores definen la argumentación como un discurso con finalidades, pero esto no
nos permite avanzar demasiado, pues lo propio de todo discurso consistirá en
significar alguna intención de aquel que lo ha concebido.
En realidad, la argumentación es una
práctica cotidiana, discursiva, natural. Es, simplemente, un conjunto de
razonamientos que apuntalan una afirmación. Se identifica con el enunciado de un problema, de una duda.
Surge la necesidad de comparar la
argumentación con la demostración, pues muchas veces, suelen confundirse estos
términos. Para Aristóteles, una demostración partía de afirmaciones verdaderas y primeras; la deducción dialéctica, a partir de ideas admitidas y la deducción erística, desde ideas que se presentan como las ideas
admitidas sin serlo realmente. Las ideas admitidas son enunciados
endodóxicos que tienen adhesión efectiva. Las dos últimas son las que más se
aproximan a la argumentación.
Ahora bien, toda argumentación traduce y
responde a un procedimiento conceptual del sujeto. De ello surge la posibilidad
de encontrar huellas argumentativas. Además, como la argumentación se
manifiesta por razonamientos acerca de un problema, lleva presente en sí
estrategias discursivas. Podemos definir el discurso como el conjunto de las
estrategias de un orador que se dirige a un auditorio con vistas a modificar el
juicio de este auditorio acerca de una situación o acerca de un objeto. La
argumentación va a aparecer como el mecanismo social por excelencia que regula
la interacción de las relaciones interindividuales o intergrupales: construye situaciones.
La argumentación parte de principios
generales compartidos por toda la comunidad sociocultural, actúa sobre una
opinión. Desde ahí, se re-construye un nuevo objeto que apuntala la afirmación
del orador. Toda argumentación es relativa a una situación, está inscripta en
una situación y se refiere a una situación. La argumentación desconstruye,
construye, re-construye... Transforma. Hay que pensar que un objeto se
construye siempre para alguien, es necesario tomar al auditorio como elemento
teórico y no como reunión de individuos a considerar en su presencia física.
Aristóteles decía que la argumentación no existe más que a propósito de la
opinión.
Greimas sostiene que la lengua es un
ensamblaje de significación. Cada oración puede así ser considerada como
teniendo una continuidad en el nivel de la significación del discurso, continuidad
captada a partir de los elementos y de sus relaciones en el discurso.
Jean-Blaise Grize distingue tres
funciones del discurso:
-Función
esquematizante: consiste en evocaciones y en determinaciones de los objetos
a los que se refiere el discurso.
-Función
justificatoria: interviene según si las proposiciones
presentadas por el hablante se bastan a sí mismas o si reclaman una
justificación (retórica de las pruebas).
-Función
organizativa: se manifiesta a través de una doble
organización operatoria: una entre proposiciones y otra entre objetos. Entre
proposiciones, concierne a las relaciones entre oraciones y es posible
distinguir tres tipos de operaciones: en
efecto, ahora bien, por lo tanto; y,
o, si (lógica de la demostración); pero,
sin embargo (expresan matices de oposición).
La ubicación de estas operaciones jamás
es indiferente, sino que corresponde a un cierto orden impreso en el discurso
por quien lo produce.
La argumentación se construye en el
discurso tomando la forma de una organización de juicios, de proposiciones en
sentido general o de aserciones. El discurso argumentativo está estructurado en
proposiciones o tesis que constituyen un razonamiento y traducen indirecta o
directamente la posición del hablante. Señala una posición de ese hablante
acerca de un tema o un conjunto de temas. El discurso argumentativo apunta, si
no siempre a convencer, al menos a establecer la justeza de una actitud, de un
razonamiento.
¿Cómo habla un discurso argumentativo? A
través de elementos léxicos (palabras). Lo importante son las características
semánticas a las cuales pueden remitir sus propiedades formales y sus
ubicaciones en el orden estructural de la oración.
En algún momento, el orador cede la
palabra a otro; ese otro, esa otra voz puede apoyar o no la palabra del
hablante. Esto es fundamental en el discurso argumentativo. Además, la
estructura argumentativa establece un juego entre lo posible y lo fáctico.
El rigor y la persuasión de un
razonamiento pueden ser independientes de la verdad de las proposiciones que lo
constituyen. Una conclusión puede ser
lógicamente válida, aunque los principios que están en el origen de la
deducción sean falsos. Todo razonamiento tiene un objeto, que es extradiscursivo.
Tipos
de razonamientos
Hay diversos tipos de razonamientos que
se pueden utilizar en un texto argumentativo de manera indistinta. Todos ellos
pueden convivir armónicamente en una argumentación pues, si bien son
diferentes, no son opuestos.
-Razonamiento
deductivo: (progresivo o directo) es un paso desde lo universal a lo
singular. Es la aplicación de una norma al caso concreto.
-Razonamiento
regresivo: de una regla particular a una regla más
general. En relación con este tipo de razonamiento, se encuentra la anábasis, que produce una norma
universal a partir de casos singulares o particulares.
En todo razonamiento deductivo riguroso,
sólo cuenta el lazo lógico que garantiza y asegura la verdad de una
consecuencia, a condición de que las premisas sean verdaderas sin que, por
tanto, sea necesario invocar alguna relación de inclusión o identidad. La
conclusión depende de las premisas pero no está contenida en ellas (Descartes).
Quien argumenta, en efecto, es quien,
bajo la apariencia de lo verdadero, de lo cierto, de lo universal, construye
sistemas locales específicos cuya axiomática así relativizada le permite a
continuación controlar lo que se dará como silogística deductiva e incluso
inductiva.
-Razonamiento
inductivo: es un pasaje de lo particular a lo general.
Es un silogismo por inducción, invertido y totalizante.
Toda inducción está basada en el
reconocimiento de las propiedades compartidas por un cierto número de
individuos.
-Analogía:
es un pasaje de un caso particular a otro caso particular. Es un recurso
metafórico muy utilizado en periodismo que muestra similitud entre los hechos.
Construir una relación de analogía entre dos fenómenos es también emitir un
juicio acerca de dos fenómenos. Este juicio constituye la mayor de una
inferencia que va a consistir a continuación en extender al segundo fenómeno
las propiedades atribuidas al primero: "...esto
es tanto como...".
-Operaciones
modales: el recorrido de las modalidades de
razonamiento está en el orden: existencia, necesidad, probabilidad,
posibilidad, no necesidad, imposibilidad, impro-babilidad, no existencia. El
recorrido de las modalidades traduce entonces la libertad del sujeto para
construir los hechos y las propiedades necesarias para la constitución de una
situación-finalidad de su discurso.
Las
operaciones retóricas: el orden de los argumentos
Las estrategias de orden. Cuando el orador enuncia su plan desde el exordio, su proyecto es a menudo un cuestionamiento de las
composiciones adoptadas por sus adversarios o sus predecesores acerca del mismo
tema. Es necesario comprender el lenguaje como sistema de representación y es
por eso que el orador debe asegurarse de las disposiciones de su auditorio (o
lector), ya sea para aprovecharlas si le son favorables o para modificarlas si
le son contrarias. Esa es la función del exordio.
El exordio es el comienzo y el anuncio
del texto. Tiene como objetivo preparar
breve-mente a los oyentes o a los lectores para el conocimiento del tema y
provocar al mismo tiempo su atención o su benevolencia.
El exordio sólo comienza verdaderamente en el momento en que se descubre el
objeto y la meta del discurso. Sólo debe
contener lo que apunta al tema que vamos a tratar y que debemos enunciar de una
manera clara y fácil. Los exordios deben ser extraídos de la naturaleza del
tema, del tiempo, del lugar, de los prejuicios, de las circunstancias, de las
similitudes.
La proposición
que sigue al exordio es la exposición clara y precisa del tema, tiene por
meta determinar el estado del problema. Consiste, por lo tanto, en la partición
del tema en muchos puntos que deben ser tratados unos después de otros en el
orden marcado por el autor. La proposición con las divisiones y las
subdivisiones forman lo que se denomina el
plan del discurso. Para que un plan sea bueno debe, por tanto, reunir
nitidez, simplicidad, fecundidad, unidad y proporción.
La confirmación
ocupa un lugar importante en el texto argumentativo; debe conducir la
prueba de lo que se ha expuesto en la proposición. La primera regla del arte de
persuadir -se dice como precepto- es la de dar a lo que se afirma y de quitar a
lo que se niega el carácter de verdad, de certidumbre o de verosimilitud.
Las estrategias son, entonces, de dos
tipos: cuando tenemos pruebas débiles pero creemos útil servirnos de ellas es
preciso reunirlas, amontonarlas para que se presten un socorro mutuo y que
suplan la fuerza por el número; las grandes pruebas, por el contrario, fuertes
y contundentes, deben ser mostradas separadamente para que no sean confundidas
y deben ser desarrolladas aparte para que no pierdan nada de su valor.
La refutación
consiste en destruir los medios contrarios a los del orador, en particular
en combatir los sofismas, es decir la inclinación del auditorio o lector. Tiene
dos objetivos: alcanzar a convencer por la recapitulación o resumen de las
principales pruebas; o alcanza la persuasión o emociona por el empleo de
movimientos oratorios.
La
importancia del orden
La retórica, según Aristóteles y sus
continuadores, está fundada en la techné,
poder de crear lo que puede ser o no ser. Esta techné rhetoriké se
manifiesta según cuatro tipos de operaciones que son ellas mismas partes del
arte: inventio (establecimiento de
las pruebas), dispositio o taxis (puesta
en orden de las pruebas),elocutio o texis
(la puesta en forma verbal de los argumentos) y, por fin, actio o hypocrisis (puesta en escena por
parte del orador). La estructuración del texto es indiscutiblemente entonces la
operación fundamental, en particular bajo el aspecto pragmático del orador.
Estas formas de división se inscriben en
una concepción global que asegura la síntesis con estos géneros que se
denominaban entonces figuras del tema: decir lo que
queremos decir (directa), utilizar un procedimiento disfrazado
(indirecta), elegir la ironía, la broma, la antífrasis (contraria).
El orden del discurso parece marcar la
presencia de una operación retórica fundamental, característica de la
discursividad. La operación primordial de orden traduce así la intervención de
una libertad del sujeto en la composición de su decir y por lo tanto, en la
construcción de las rerpesentaciones que desea imponer. Es sobre todo el lugar
de expresión y de realización de esta teatralidad por la cual la articulación
discursiva va a jugar sobre las restricciones de la secuencialidad propias de
la lengua. Es evidente que en una argumentación el orden jamás es
indiferente, ya que está compuesto por el orador en función de las
modificaciones de auditorio al que apunta. Toda argumentación se construye en
un espacio discursivo ya determinado, al menos, acerca de un cierto número de
acontecimientos y de propiedades.
El orden en la argumentación traduce, en
primer lugar, la selección de lo que el sujeto desea que tome en consideración
el interlocutor-auditorio-lector. Jamás es gratuito o indiferente: es evidente
que cada paso construirá una nueva configuración de la situación discursiva,
susceptible de influir en la actitud final del auditorio-lector.
El orden es, por lo tanto, marco de una
presencia fundamental en otda argumentación: la de un auditorio, la de una
comunidad de lectores. No es sin razón que la tradición retórica ha insistido
en el exordio, la introducción del texto que tiene por objetivo captar de entrada el interés del lector.
La operación del orden jamás es una
simple formulación: es el lugar de
estrategias precisas cuya existencia está fundada sobre la relación
sujeto-auditorio o lectores. El exordio ofrecerá la oportunidad de
precisar la pertinencia del texto, la importancia del propósito, su justeza.
Hay que tener en cuenta que no hay fuerza intrínseca de un argumento
sino aquella asimilable a un poder de convicción que depende enteramente de la
construcción del texto en la que toma lugar; de la ubicación del sujeto que lo
enuncia y de la situación que hace posible su uso. Es significativo comprobar
que el orden puede ser incluso materia de reflexión para el sujeto enunciador o destinatario o
para los dos, y por esa vía influir explícitamente en la comprensión y el
resultado de la argumentación. Finalmente, hay una ventaja en que el texto indique
el orden que entiende seguir o el que le sirve de modelo, y es la de facilitar
entonces en el lector o en el oyente la constitución de un esquema de
referencia. El orden del texto expresa el orden de la representación que se da
el sujeto y traduce además el orden de
la presencia que él acuerda a su auditorio o que éste le impone.
La cuestión teórica de un análisis del
texto remite por tanto a muchos dominios metodológicos: los tipos de argumentos
o de razonamientos de los que se apropia el sujeto o los que remite a otros,
las relaciones entre los contenidos construídos, la inscripción del discurso en
uno o varios conjuntos de prácticas discursivas, los modos de progresión de ese
discurso en una situación de interacción, y por fin, los encadenamientos
lógicos que permiten este orden.
El
esquema discursivo y la esquematización del sujeto
La situación de algunos análisis
textuales es paradójica: apuntan a elaborar redes de especificación de los
modos de significación inherentes a diferentes categorías de discursos y, para
hacerlo, se apoyan en una metodología lingüística orientada más hacia la
sintaxis que hacia la semántica y, generalmente, limitada al estudio de la
oración. La alternativa se define entonces como:
-Contribuir a construir un cuerpo de
procedimientos lógico-semánticos en el marco mismo de la teoría lingüísitca;
-o bien reconocer que existen tantas
metodologías para el análisis del discurso como objetos específicos, como
categorías de textos (o incluso de géneros) a los cuales se los aplicamos.
Esta doble cuestión parece una falsa
cuestión. Las formas de análisis examinables para el discurso son las que,
según entiendo, toman en préstamo de la linguísitca los instrumentos que ésta
no ha podido elaborar, sobre todo a propósito del texto en tanto fenómeno de la
lengua.
Los análisis del discurso están así en
la misma situación que la semiótica en la que algunas veces se inspiran:
tienen, como lo ha resumido Umberto Eco, "necesidad
de hacer un largo viaje a través de la lógica formal y de las lógicas de los
lenguajes naturales [...] para quizás
destruirlas".
Una primera característica del lenguaje
es la de permitir al sujeto decir cosas acerca del mundo y al hacerlo, por los
universos que él determina, participar de una construcción del mundo. Una
segunda característica del lenguaje, complementaria de la primera, es po lo
tanto, la de ser el lugar de las producciones de sentido y favorecer así los
juegos del sujeto sobre la significación. Al hablar de producción de sentido,
es necesario señalar que toda manifestación semántica es el producto de un
sujeto, origen del discurso. Por lo tanto, el lenguaje es acción.
El
sentido no es lo que el diccionario ofrece
La relación entre las circunstancias de
producción y el lenguaje puede ser juzgada simple y aceptada como tal. El
riesgo consiste en inferir a partir de
lo que es producido, hipótesis demasiado fuerte acerca del productor de esos
textos.
Es necesario tomar posición en lo que
concierne a la forma de inscripción del sujeto en el discurso y esto surge a
partir de una práctica fundada sobre ese texto. Es importante para esto
restituir la intervención operatoria del sujeto sobre el mundo, intervención
mediatizada en esta actividad fundamental que es el lenguaje y que es el origen
privilegiado de las representaciones. Es indiscutible así que la lengua
participa de la construcción del mundo y que es una libertad del sujeto que
opera sobre el exterior.
El
sentido, la verdad y la coherencia
Jean Paul Sartre definía el sentido como
el lugar de lo universal singular o
concreto, e introducía a propósito de esta la verdadera pregunta: ¿cuáles son
las condiciones suficientes y necesarias para que haya comprensión y por lo tanto comunicación entre
quien escribe y su lector?
Este universal, lugar del sentido, se
identifica entonces con las categorías del mundo cuya permanencia,
evidentemente, es más cómodo postular. Para que haya perennidad de las
representaciones es preciso por tanto que el lenguaje sea ese objeto en el que
la estabilidad de los principios de funcionamiento permite asegurar una estabilidad
de las divisiones del sentido, estando éste último en correspondencia expresiva
con las descomposiciones explicativas del mundo. El sentido es así re-producción.
Es preciso distinguir lo que se da en la
superficie del texto y las operaciones generales que esta superficie puede
dejar sugerir. El problema esencial es el de la significación y esta última se
traduce en un conjunto de relaciones complejas entre textos, discursos,
situaciones de enunciación y sujetos que producen esos discursos.
Todo texto es al mismo tiempo texto de
un sujeto y texto de otro, pero el texto de ese otro es siempre el texto que de
él da el sujeto. Ya se trate del estilo, de la expresividad o simplemente de la
descripción, todos los elementos del texto son así fundados, imbricados por un
juego incesante de aproximaciones, de
oposiciones, de comparaciones y de equivalencias. Se puede decir entonces que
en el texto está a la vez lo lógico y lo no
lógico. Lo lógico porque intelectualmente el sujeto opera con las
categorías lógicas que nos hemos acostumbrado a considerar como aquellas con
las cuales la mente clasifica las ideas. Lo no lógico también porque la
característica del juego expresivo del sujeto es manipular, cambiar estas
categorías de manera frecuentemente poco recomendada por la lógica.
La
organización del sentido
En el texto hay primeramente una
relación de designación y por ello
de establecimiento de un estado de cosas. Las palabras elegidas tendrán por
función representar este estado de cosas con el auxilio de los indicadores
espacio-temporales del tipo esto,
aquello, aquí y ahora. La segunda relación importante es la del discurso
con su sujeto enunciador, relación que la retórica designaba como manifestación de los deseos y creencias
del sujeto correspondiente a la proposición de su discurso.
La tercera relación interna al discurso
es la significación, es decir, la
relación de las palabras con los conceptos, las nociones, las ideas. La
característica fundamental de esa relación es la implicación: toda proposición de una argumentación de un texto
destinado a otros sólo interviene en tanto elemento de una demostración. El
sentido no existe fuera de aquello que lo expresa, proposición o texto.
El texto es un movimiento propio en el
que el sujeto funda a la vez un conocimiento y un conocido, un conjunto de
proposiciones y las propiedades que les son afectadas determinándolo. Por
consiguiente, lo esencial de la verdad construida por el discurso está en esta
relación entre el problema que él constituye y las condiciones de verosimilitud
de ese problema en tanto tal. Es esta relación la que funda el sentido.
Analizar
un texto argumentado
Un texto es la operación global de un
sujeto que construye una representación. El rol del texto es, por lo tanto, el
del pretexto, de la concordancia con una visión economicista de la relación
social. Lo ideológico sólo es concebido entonces como discursivo en tanto permite argumentar una visión de las
cosas conforme a la ideología del analista.
El texto es un lugar de producción de
sentido al menos tan activo como la expresión de los comportamientos y la
determinación económica que, tanto una como otra, se organizan en dinámica de
fuerzas y de movimientos sociales.
Un primer objetivo es estudiar las operaciones discursivas que engendran la
esquematización tal como el sujeto desea verla recibida por el lector o el
oyente. Concretamente, esto significa admitir el postulado según el cual un
texto realiza cierto número de operaciones sobre los objetos con miras a
determinarlos y que es preciso justificar estas determinaciones articulándolas.
Explicitar esto equivale a atribuir al texto un cierto número de leyes, algunas
de las cuales, son las siguientes:
-El
texto determina los modos de existencia de los objetos a los que se refiere.
Por lo tanto, hay operaciones de predicación: definición, descripción,
propiedad, comportamiento, acción, etc.
-El
sujeto deberá justificar las determinaciones de su texto, apropiándose de ellas
o imputándoselas a otros.
-Todo
texto puede ser definido como un
conjunto de estrategias de un sujeto cuyo producto será una construcción
caracterizada por los actores, los objetos, las propiedades y los
acontecimientos. La puesta en situación de todos estos elementos sólo será
posible en función de operaciones modales y lógicas.
-El
texto debe proponer claramente su tema.
El tema de un texto, en el sentido
clásico, es más que el objeto; lo define y lo califica al reunir las
propiedades que la construcción discursiva pretende establecer. Por tanto, la
definición de este objeto llevará al analista a la determinación de subobjetos
que funcionarán como elementos del dominio de representación considerado.
Las relaciones entre los objetos serán
de tipo aproximación, yuxtaposición, proximidad, composición. Estas relaciones
utilizarán operaciones tales como la analogía, la oposición, la
complementación, la inclusión.
Por último, es importante aclarar que
los procedimientos de orden son fundamentales para un texto argumentativo, pues
son estrategias sobre muchos modos posibles de la cadena de operaciones
(oposición, explicación, analogía, metáfora). Las estrategias de orden jugarán
además sobre lo fáctico y sobre lo hipotético. Se trata de procedimientos por
medio de los cuales el orador o redactor cierra el dominio al que quiere
restringir su argumentación, según una progresión cuyas modalidades
espacio-temporales también tiene que fijar.
Las
etapas del análisis
El análisis de las variaciones
semánticas de una proposición a otra, en particular de las repeticiones del
texto permitirá determinar, por el juego de las diferencias, las operaciones
que conciernen a la marca del sujeto enunciador. Se trata primeramente para el
sujeto de afianzar su proposición de tal manera que los elementos semánticos de
la oración sean compatibles entre sí.
La operatividad del sujeto que argumenta
va a actuar sobre tres elementos principales: los procesos, los conectivos y
los procedimientos de orden. Se trata para el sujeto de orientar los juegos
sucesivos de los procesos de manera tal que el lector o el oyente sea llevado
progresivamente al reconocimiento de campos cerrados, delimitados en el espacio
y en el tiempo, donde es más fácil hacer
aceptar el argumento y, en consecuencia, obtener la adhesión.
El sentido del texto debe ser
considerado como lo que orienta las operaciones, su encadenamiento, su
sucesión. El texto argumentativo se
organiza.
Con todas estas consideraciones, la
lectura y análisis de un texto argumentativo se facilitará no en el sentido de
la tradicional interpretación, sino en el de los modos de producción de ese
texto. Esto no es arbitrario, pues para un periodista, analizar las estrategias
y procedimientos argumentativos, le permite adquirir herramientas fundamentales
para la elaboración de sus propios textos.
El texto
como representación
Después de estas consideraciones, es
importante especificar algunos puntos que intervienen en la difusión de un
texto oral. Hasta ahora, hemos visto todos los elementos que intervienen en un
texto escrito. En un texto oral, además de todo esto, es importante tener en
cuenta las circunstancias de producción y de re-producción. En el análisis
visto hasta ahora, se ignora un cierto número de parámetros tales como los
gestos, las actitudes, los tonos, los lugares, las presencias que un análisis circunstancial permitiría englobar para
alcanzar una unidad de conjunto necesaria ya que la argumentación es teatralidad.
El texto no es únicamente reflejo o
máscara de los pensamientos del autor, sino también producto de circunstancias
exteriores como las de lugar que suscita el énfasis y la selección de las ideas
a partir de la interacción orador-auditorio, aún las que provienen del texto
mismo, cuyo funcionamiento propio tiene objetivos de elegancia, redundancia y
de musicalidad. Un texto argumentativo oral es, finalmente, una puesta en escena.
En la oralidad, el texto se concibe como
efecto de una voluntad de representación ofrecida por el autor a su público.
Como sabemos, el lenguaje no se relaciona con la verdad, con la esencia de las
cosas: no quiere verdaderamente instruir sino transmitir a otros una
representación que es subjetividad. Es preciso subrayar la relación del
lenguaje con el exterior como extracción de características, elección de
criterios y de manifestaciones.
El texto oral debe ser concebido a la vez
como acto del sujeto, intervención y representación construida y por lo tanto
devenida operante, que otros pueden desarrollar o restringir en y frente a un
campo de relaciones, es decir jugar sobre las aperturas y las clausuras de
estas relaciones. El texto oral no solamente se ofrece sino que se construye
como una representación cuya vocación es asociar a quien lo recibe con el lugar
de quien lo enuncia. La teatralidad de la argumentación no está unicamente en
el intercambio en el que interviene sino en su funcionamiento propio y en
aquello que ella sirve a enmascarar tanto como a privilegiar.
Esto mismo se manifiesta en nuestros
juicios cotidianos acerca del discurso social cuya pertinencia es menos la de
informar que la de confirmar, de estabilizar lo aparente y lo percibido; en una
palabra, restituir las condiciones de una familiaridad a sutiles niveles
socioculturales. Su propósito no es, por lo tanto, el de constituir la
representación fiel de una realidad sino asegurar por el contrario la permanencia
de una cierta representación.
Como enfatiza Nietzsche en Poetique,
"el secreto propio del arte retórico
es entonces la relación juiciosa de dos elementos que se deben tomar en
consideración: la sinceridad y el artificio". Es ciertamente un juego
en el límite de la estética teatral y de la moralidad: todo desequilibrio anula
el efecto deseado.
El texto argumentativo se inscribe así
en un espacio de posibles por todo un funcionamiento de permutaciones sobre las
combinaciones de tiempo y de personas. Constituye además, por su
funcionamiento, un espacio de tres dimensiones: el sujeto, el auditorio y el
texto en juego que los relaciona.
El juego discursivo permite este poder
del sujeto al mismo tiempo que lo disimula en nombre de las exigencias propias
de la retórica institucionalizada. La función teatral del texto introduce lo posible al mismo tiempo que relativiza lo existente.
La consideración de su función teatral
permite ya definir a nivel discursivo eso que podemos entender por
representación. Por representación no se trata de considerar alguna actividad
del sujeto que apunte a representar, en el primer sentido de la palabra,
"otra cosa". Las intervenciones del sujeto que construye su discurso
y le da la forma de espectáculo retórico, tienen por primer objetivo elaborar,
realizar, animar algo que se basta a sí mismo en la medida en que es enunciado,
producido aquí y ahora. En consecuencia, el análisis de ese discurso debe, en
primer lugar, basarse en lo que es dado y dado literalmente por un texto, es decir,
en un juego discursivo.
La argumentación es así ese dominio
salvaje de lo retórico cuyo propósito es para su autor crear los campos
específicos de la representación, del saber, de la razón y enmascarar en ellos
el formalismo retórico bajo el aspecto de la necesidad lógica. Y se trata de
necesidad pues la importancia de un texto argumentativo no está en lo que se
dice sino en lo que él hace hacer.
El texto
hecho piel
Cuando un texto argumentativo se expresa
en la oralidad adquiere un sentido nuevo, un sentido que quiere significarse,
re-significarse. No se expresa más que en un querer-decir que no es más que un
querer-decir-se de la presencia del sentido.
El texto argumentativo que se expresa
oralmente adquiere una nueva piel otorgada por todos los recursos del orador en
esa relación que se establece con el auditorio. La visibilidad, la espacialidad
como tales no podrían sino perder la presencia así de la voluntad y de la
animación espiritual que abre el discurso. "En
cambio excluímos (de la expresión) los
gestos y ademanes con que acompañamos nuestros discursos involuntariamente y
desde luego su propósito comunicativo..."[1]. Estas exteriorizaciones
no son expresiones en el sentido del discurso, no están como las expresiones,
unidas en unidad fenoménica con las vivencias exteriorizadas. En la conciencia
del que las exterioriza, al exteriorizar estas manifestaciones falta la
intención del sujeto de presentar unos "pensamientos" en modo
expresivo.
Muchas veces, se puede interpretar el
gesto, el juego fisionómico, lo no-conciente, lo involuntario, la indicación en
general; se puede a veces retomar y explicitar esa gestualidad en un comentario
discursivo. Esta interpretación hace "entender" una expresión
latente. Los signos no expresivos no quieren decir más que en la medida en que
se les pueda hacer decir lo que se murmuraba en ellos, lo que se quería en una
especie de farfulleo. Los gestos no quieren decir más que en la medida en que
se los puede escuchar, interpretar.
Todo lo que en mi discurso está
destinado a manifestar una vivencia a otro, debe pasar por la mediación de la
cara física. Esta mediación irreductible compromete toda expresión en una
operación indicativa. Hay indicación toda vez que el acto que confiere el
sentido, la intención animadora, la espiritualidad viviente del querer-decir,
no está plenamente presente. La palabra sólo cesa de ser palabra cuando nuestro
interés se dirige exclusivamente a lo sensible, a la palabra como simple voz.
Bibliografía
-Baudrillar,
Jean; De la seducción
-Derrida,
Jaques; La voz y el fenómeno; Pre-textos; Buenos Aires, 1985
-Eco,
Umberto; Lector in fábula
-Lyotard,
Jean-Francois; La fenomenología
- Parret, Hernán; "La
seducción"
-Sartre,
Jean Paul; El Ser y la
Nada
-Vignaux,
George; La argumentación: un ensayo de lógica
discursiva
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